Ante la inminente promulgación del artículo 24 constitucional sobre la libertad religiosa, la Universidad de Guadalajara y el Foro Cívico México Laico organizaron una mesa de análisis titulada “República Laica y la Reforma al artículo 24 Constitucional”, en el imponente salón de Paraninfo de la UdeG. Los participantes coincidimos que los abusos religiosos de la clase política es una mala señal. Que el pragmatismo ha venido devorando el ethos del político que exhibe una clara crisis de identidad. Especialmente los políticos del PRI que parecen haber olvidado que su partido surge de la Revolución mexicana marcado una sana distancia frente al clero.
El Estado laico más que una definición o un concepto es ante todo u proceso dinámico. La laicidad como proceso es un instrumento social de convivencia , es decir, es un régimen cuyas instituciones políticas están legitimadas principalmente por la soberanía popular y no por elementos religiosos. A diferencia de un Estado confesional, la legitimidad viene del pueblo y no de Dios. Es importante tener en cuenta la diferenciación entre secularización y laicidad. El primer término, secularización, muestra el largo proceso social, simbólico y cultural de recomposición de las creencias, mientras el segundo la laicidad, analiza los cambios (rupturas, continuidades, avances y retrocesos) en los procesos institucionales de construcción de las libertades modernas, especialmente la libertad de conciencia y la libertad de las minorías religiosas y no religiosas como las mujeres, los indígenas, homosexuales, ancianos, discapacitados, etc. Por tanto la laicidad en tanto instrumento de convivencia social es un factor de paz, tolerancia y gobernabilidad.
En países como México, de dominación católica como son la mayoría de América Latina, la laicidad significa el paso conflictivo, con idas y jaloneos, de una sociedad donde la verdad católica es tomada como ley, a otro donde la libre conciencia afirma sus derechos y estos son reconocidos política y jurídicamente. No se puede identificar sin más la laicidad con la separación Iglesia/Estado, sería quedarnos estancados en el debate del siglo XIX juarista. Si bien la dimensión política sigue siendo toral, en la sociedad actual más abierta, global y multicultural, la laicidad y la libertad religiosa deben transitar por temas de la cultura, los valores y la construcción de una sociedad más tolerante e incluyente. Como ha venido repitiendo la diputada priista María de los Angeles Moreno, “sin laicidad no hay democracia”. Y la democracia nos lleva a la desacralización de la moral única o de una ética totalitaria como la abanderan sectores ultraconservadores de la derecha católica. Por ello, el comportamiento irresponsable de aquellos servidores públicos que se consagran a una determinada religión no solo violan la constitución sino pierden horizontes de la actual laicidad mexicana como régimen de convivencia pacífica
El Estado laico más que una definición o un concepto es ante todo u proceso dinámico. La laicidad como proceso es un instrumento social de convivencia , es decir, es un régimen cuyas instituciones políticas están legitimadas principalmente por la soberanía popular y no por elementos religiosos. A diferencia de un Estado confesional, la legitimidad viene del pueblo y no de Dios. Es importante tener en cuenta la diferenciación entre secularización y laicidad. El primer término, secularización, muestra el largo proceso social, simbólico y cultural de recomposición de las creencias, mientras el segundo la laicidad, analiza los cambios (rupturas, continuidades, avances y retrocesos) en los procesos institucionales de construcción de las libertades modernas, especialmente la libertad de conciencia y la libertad de las minorías religiosas y no religiosas como las mujeres, los indígenas, homosexuales, ancianos, discapacitados, etc. Por tanto la laicidad en tanto instrumento de convivencia social es un factor de paz, tolerancia y gobernabilidad.
En países como México, de dominación católica como son la mayoría de América Latina, la laicidad significa el paso conflictivo, con idas y jaloneos, de una sociedad donde la verdad católica es tomada como ley, a otro donde la libre conciencia afirma sus derechos y estos son reconocidos política y jurídicamente. No se puede identificar sin más la laicidad con la separación Iglesia/Estado, sería quedarnos estancados en el debate del siglo XIX juarista. Si bien la dimensión política sigue siendo toral, en la sociedad actual más abierta, global y multicultural, la laicidad y la libertad religiosa deben transitar por temas de la cultura, los valores y la construcción de una sociedad más tolerante e incluyente. Como ha venido repitiendo la diputada priista María de los Angeles Moreno, “sin laicidad no hay democracia”. Y la democracia nos lleva a la desacralización de la moral única o de una ética totalitaria como la abanderan sectores ultraconservadores de la derecha católica. Por ello, el comportamiento irresponsable de aquellos servidores públicos que se consagran a una determinada religión no solo violan la constitución sino pierden horizontes de la actual laicidad mexicana como régimen de convivencia pacífica
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