Una vez más, Sergio exhumó al Papa Formoso, ya fallecido desde hacía diez años, y le hizo condenar de nuevo. Habiendo sido ordenado por Formoso, en puridad Sergio debiera haberse considerado en falso, pero las sutilezas teológicas no entraban en su modo de ser. Como buena providencia, decapitó el cadáver de Formoso; también le amputó tres dedos más antes de lanzarlo al Tiber. Cuando el torso acéfalo fue a enredarse en la red de un pescador, sus despojos lograron una nueva existencia de embeleso al ser devueltos por segunda vez a San Pedro.
Marozia y el papa en turno
Cuando Marozia se convirtió en la manceba de Sergio, tenía quince años y él contaba cuarenta y cinco. Tuvo un hijo del Papa a cuya carrera se consagró. Sergio moriría cinco años más tarde, tras siete de pontificado henchidos de derramamientos de sangre, intrigas y pasiones.Marozia no olvidaría nunca su amor de juventud. El yacer con el Papa le había conferido una experiencia para actuar y un alborozo que tres matrimonios e innumerables aventuras no consiguieron difuminar. El Papa Sergio la sedujo por primera vez en el palacio de Letrán. Sus caminos se habían entrecruzado a menudo; dado que gran parte de la niñez de Marozia había transcurrido ahí, siendo como era su padre cabeza del Senado de Roma.
Pero llegó un momento en que Sergio cayó en la cuenta de que esta asombrosa niña se había convertido en una lozana mujer de arrebatadora hermosura. Por lo que respecta a Marozia, lo que buscaba del Papa no fue tanto el placer como el éxtasis que emanaba del poder.
Su madre, Teodora, ya había hecho y deshecho a dos Papas cuando, contraviniendo el derecho canónico, tomó de la mano a su favorito galanteador, lo elevó primero de obispo de Bolonia a arzobispo de Rávena y, por fin, lo colocó en la silla de San Pedro como Papa Juan X. Liutprando, obispo de Cremona, escribió: "Teodora, como una perdida, temiendo que le faltarían oportunidades de acostarse con su galán, le forzó a abandonar su obispado y se apropiara -¡Oh, crimen monstruoso!- del papado de Roma". Esto tenía lugar en Marzo de 914, cuando Marozia tenía veintidós años. A Marozia no le importaba demasiado; su hijo era demasiado joven para el papado, incluso para aquellos tiempos.
En esos momentos, irrumpió en el escenario la familia de los Alberico, originarios de Toscana, en el norte. El Papa Juan X sugirió a su compañera de lecho, Teodora, que el enlace entre Marozia y Alberico podría ser beneficioso para todos. Marozia detectó la estrella ascendente y de esa unión nacería Alberico hijo. Alberico padre, quizá instigado por su esposa, intentó un golpe prematuro para apoderarse de la dirección de Roma y perdió la vida. El Papa Juan obligó a la joven viuda a contemplar su cadáver mutilado. Fue un error. Una mujer que había dormido con el Papa Sergio conocía todos los resortes de la venganza.
Marozia
Pero las ambiciones de Marozia iban todavía más lejos. Al fallecer Guido, su segundo esposo, contrajo matrimonio con su hermanastro, Hugo, rey de Provenza. Hugo ya estaba casado, pero su esposa fue apartada con gran facilidad. Marozia tuvo mucha suerte de que su hijo fuera Papa; pudo dispensar a la feliz pareja de todo impedimento, tal como el incesto. ¿Qué podía impedir a su nuevo esposo convertirse en emperador y a ella en la nueva emperatriz? Era algo que Sergio habría deseado. En la primavera de 932, Juan Xi ofició la boda de su madre en Roma.
Entonces todo se vino abajo a causa del segundo hijo de Marozia, el celoso Alberico, dieciocho años de edad. Se apoderó de Roma para convertirse en hacedor de Papas. Hugo de Provenza abandonó a su mujer y cayó en desgracia. Alberico puso a Juan XI, su hermanastro e hijo del Papa Sergio, bajo arresto permanente en Letrán -donde moriría cuatro años después- y, desafección todavía peor, metió en prisión a su propia madre.
Agostada la flor de su juventud, Marozia seguía siendo una mujer de distinción cuando holló por primera vez el mausoleo de Adriano, conocido popularmente por Castel Sant' Angelo. Permanecería en ese terrible lugar junto al Tiber, sin que se le perdonase un día, durante más de quince años.
Contaba más de sesenta años cuando, en la mazmorra, le llegó la noticia de la muerte de su hijo Alberico, a los cuarenta años de edad, y el ascenso de su nieto (hijo de Alberico), Octaviano, dentro de la Iglesia hasta imponerse como Papa. Fue el primer pontífice que cambió su nombre, llamándose a sí mismo Juan XII. Esto sucedía en el curso del invierno de 955.
En la primavera de 986, el Papa Gregorio V, que contaba con veintitrés años de edad y su primo el emperador Otón III, decidieron que la pobre anciana ya había languidecido suficiente tiempo en prisión. En aquellos momentos Marozia contaba con más de noventa años de edad y, si bien arrinconada, nunca fue realmente olvidada en las altas instancias. El Papa mandó a un sumiso obispo para que la exorcizase de sus demonios y levantara su pena de excomunión. Fue absuelta de sus pecados y a continuación fue ejecutada.