Es
un crimen.
Es
un crimen abominable.
Ninguna
droga, embrujo, amarre o sello satánico debería restringir tus ganas.
Las
tuyas, tus ganas, tu forma de hacer disfrutable y mórbido el deseo son una de
las mejores cosas que he conocido en el mundo. Instalar un dique, una
contención artificial, es terrible.
Nada
debería evitar la cosquilla en tu vientre, nadie debería cercenar el vértigo
entre tus piernas. Debería ser ilegal que algo coarte la hinchazón de tus tetas
y el rubor de tu pecho. Estoy absolutamente convencido que ningún mundo donde
tu coño no vibre al ritmo de tu deseo no es un mundo digno de ser vivido, es
una versión del mundo acre y ridícula.
Que
diagnostiquen que tu deseo debe ser domesticado es comparable con los crímenes
de lesa humanidad, es tan grave como prohibir los dulces para los niños o el
porno para los geeks.
Antes
deberían cimbrarse los gobiernos corruptos, las instituciones fariseas y los
abogados del diablo deberían ser llamados a juicio; antes de que tu entrepierna
abandone su voracidad el mundo debería ser reescrito y el capítulo inicial
tendría la obligación de hablar sobre la virtud obscena del deseo que habita
entre tus caderas. Ese, ese es el mundo donde quiero vivir.